La vecina
Todos los días y las noches se aparece como un chamón, oscuro, malencarado, en su terraza que da a mi patio, siempre que salgo a fumar está allí, me doy cuenta de que me observa con cara de envidia cuando llego tarde con Martín después de la borrachera y la risa, ella parece no tener motivos para reír; hace un tiempo llegó su mamá a vivir allí; ese día yo venía de la tienda y vi como la vieja trataba de subir la estrecha escalera con ira y regañando, mientras la mujer que la dejó entregaba a la vecina paquetes, maletas y le daba recomendaciones que ella recibía con mirada de boba o de loca, por fin la vieja subió y la mujer se fue en su carro nuevo mientras la vecina miraba desde la ventana; desde ese día su vida cambió por completo, antes la veía; cuando regresaba de dejar a caperucita en el colegio; salir a trabajar muy contenta y bien vestida, tenía un novio al que le sacaba barros en la terraza, y él le cantaba acompañado de una guitarra; nunca oí lo que decían sus canciones pero parecía que la hacían feliz porque se reía. Cuando llegó la vieja, el novio no fue más a la casa, se cansó de la joda de la vieja. La vecina dejó el trabajo, se dedicó por entero a cuidarla, a las diez de la mañana la subía a la terraza para tomar el sol, a mi me encantaba el espectáculo de la viejita desnuda, sentada en su silla, satisfecha. Luego la vecina sacaba la ropa de cama y la colgaba de la verja mirándome, yo me sentaba a fumar y a mirarla también.
La viejita se fue agriando y cada vez gritaba mas; gritaba siempre; la pobre vecina corría a la terraza a llorar tapándose los oídos con las manos; cada día se hacía más rancia, más flaca, más fea; se le marcaron hondas arrugas en la cara, la nariz le creció hasta volverse igual a los negros chamones que se paran en el árbol de mi casa.
Sé que mi vecina sentía deseos violentos de matar a la vieja, me lo hacía saber con las miradas de odio que me echaba. Cierta vez que la vecina y yo nos veíamos sin decir nada, descubrí a la vieja observándonos como insinuando; ¡no me van a ganar, Ya verán!
EL domingo que volvía de la tienda noté un gran alboroto en la casa de la vecina, había ambulancias y una marrana, un estúpido tombo decía ¡circulen!, ¡circulen!, mientras pasaban dos paramédicos con un bulto negro; me alegre, por fin se había muerto la vieja, ella conseguiría de nuevo un novio al que poder sacarle barros en la terraza los días de aburrimiento; luego oí los gritos de la vieja, ¡LO JURO, NO SE QUE PASÓ; ELLA ESTABA BAJANDO LAS GRADAS DE LA TERRAZA Y SE CAYÓ DE NARICES!
Cat Bristol
Dic. 2010